November 15, 2011

Blend In

Repetimos infinidad de veces: "todo va a estar bien" como un mantra carente de sentido por que en realidad nada nunca ha estado bien, o mal para el caso.

Mientras, inexpresiva, la mesera repite a los comenzales una retahila de platillos promocionales que estos ignoran mecánicamente esperando, como su educación (u otra reacción igualmente mecánica) dicta, que termine, para que puedan pedir lo que desde el carro estaban salivando.

Platican y sonríen. Él, un hombre gordo de sonrisa abundante y entradas que delatan su alopecia prematura, lleva a penas el hilo de una conversación plagada de nimiedades la cual elegantemente capotea sólo para llevar la interacción verbal a física. Ella, una mujer limpia, arreglada, que lo mismo se le podrían adjudicar veinticinco años que treinta, llena de palabras el silencio inevitable en el cual el menú de decisiones se reduzca a abrir las piernas o mantenerlas cerradas.

Nuevamente, la mesera, a bajo la atenta mirada de su gerente repite el menú con una mueca torcida en forma de sonrisa. Otra pareja, si no más jóven, menos ocupada en los detalles del aseo personal, aparentan menos atención mientras sentados lado al lado posicionan sus respectivos celulares frente a sus caras y evaden no sólo el uno al otro y a la mesera, sino al resto del mundo. Si tuviera que adivinar, diría que estos dos han agotado no sólo la tensión sexual, sino cualquier otro tipo de interés con respecto al otro. Piden sincronizadas y vuelven a su enajenación incómoda.

En la mesa al lado mío cuatro fulanos gordos y de traje discuten sus situaciones familiares y se balconean con el pretexto de hablar sobre bienes raíces. El más gordo y rosa me parece el tipo que huele a sudor y loción fina, embarrada a lo largo del apretado cuello de su camisa, lleva la batuta de la conversación entre preguntas mencionando los beneficios de adquirir una casa, sin mencionar ni una sola vez el pequeño inconveniente de tener los medios para adquirirla.

Las dos parejas siguen en lo suyo, el señor de traje y su amiga de rosa todos sonrisas, ahora siendo él quien parlotea incesantemente. Mientras, los dos fachosos desparramados lado a lado en su asiento, en contraste al gordo y su menuda amiga, sin siquiera sentir la necesidad de sonreir... sin siquiera sentir, continuan hurgando en sus celulares y comiendo con la
misma cara de hastío que yo pongo en una comida familiar.

El gerente, delgado, ligeramente fornido y bien peluqueado se acerca a mi para ofrecerme más café; una sugerencia discreta similar a "café y un brownie no es consumo suficiente para que tú sola estes aquí por más de una hora." Voltea a ver a la mesera mecánica que me ha estado ignorando desde que ni siquiera le pedí la carta. Alguien olvidó programarla para visitar mi mesa más de una vez y el gerente se encargará de que ese programador sufra las consecuencias.

Sigo observando desde el rincón de mi mesa y de vez en vez, uno que otro comenzal cruza mi mirada apartándola violentamente. Ya incomodé a algunos, a veces clavar la mirada en el celular y
luego en una persona sincronizadamente sugieren un acoso, pero de qué otra forma podría retratarlos con palabras si no les veo descaradamente las manchas de loción en el cuello de la camisa, o el conato de pelea en el estadio (quien lo entendió bien)? ¿Cómo matar el tiempo con sólo un brownie, tres tazas de café y una revista?

Prefiero esto a jugar Angry Birds



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