El arte de leer -y seguro en esto muchos intelectuales pesados me azotarán un libro en la cabeza- está empapado por el deseo de escribir. Ya sea, de verse escrito en otros o, en mi caso, la nostalgia de no leerse en nada: estar embriagada de palabras y sentimientos inconexos pero ya filtro irrevocable de mi percepción del mundo, con la cadencia de palabras ajenas crear retratos propios.
Quiero escribirte para olvidarte, porque no te leo en ningún cuento de Cortázar; quiero deformar tanto mi idea de ti que no existas más en carne y hueso, sólo en papel y tinta. Entonces te aventaré a una fogata, te daré por muerto. Seguro lloraré a la estatua de mármol que habré creado, pero siendo honestos, ni tú serás ella, ni lo que de ella alabe será cualidad alguna tuya. Y de esa forma no morirás, sólo te desvanecerás en el aire, será como si nunca hubieras existido.
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