No era el acto de la infidelidad por sí mismo, sino de sentirse un adolescente inseguro de nuevo, lo que provocaba su ansiedad. Y cuando finalmente abrió el cajón de su mesita de noche, no sólo se sintió culpable, sino que podía presentir que esta batalla la iba a perder a merced de las manos diminutas de su "amada". Tomó un fajo de cartas sin sobre ni dirección, ni nombre, ni fecha. Con una caligrafía cursiva, esmerada y elegante, palabra por palabra, iba ella dejando ver su arma; esa necesidad ahora satisfecha de llenar el hueco que la vanidad de él había dejado a su paso. Después de esto, él lo había contemplado ya, no podría reclamarle, sería indigno dejar ver que su armadura de pedantería tenía un eslabón mal soldado, y a lo que había tenido que recurrir para demostrarlo.
"Te vi al otro lado de la sala repleta de gente, sé que me estabas observando; si fueron tus ojos claros y penetrantes los que me llamaron con gritos de deseo que intentabas ocultar detrás de tu nube de humo y amigos."
Esas primeras líneas confirmaban todos sus miedos, sintió una rabia insondable seguida de la desolación de un niño abandonado a su suerte en el departamento de carnicería del supermercado. Y, sintiendo la daga de sus palabras, decidió tomarla en sus manos y hundirla y retorcerla hasta que no quedara nada de su orgullo en pie. Siguió leyendo:
"... supe, antes de acercarme a ti, sin conocerte aún, que quedaría perdida en tu olor, podía adivinar que tus manos magras eran al tacto ásperas, pero que en ellas encontraría las caricias más dulces que hubiera sentido en mi vida. No podría arrepentirme de haber escuchado a tus ojos."
Siguió leyendo para saber todo acerca del hombre que le robaba miradas indiscretas, suspiros y gemidos a la mujer que hasta ahora había considerado suya, sí, decididamente eso: suya, prácticamente una propiedad, un objeto incapaz de pertenecer a alguien más que a él. Ojos claros, cabello negro, brillante y ondulado, barba cerrada, naríz griega y una cantidad inmensa de otras cualidades descritas escandalosamente por un tipo de letra que insinuaba recato y elegancia. Era insoportable, una carta tras otra, con ortografía impecable, en hojas blancas, a tinta negra y en ninguna la dirección ni la fecha, ni el nombre completo del bastardo. Únicamente y casi dibujada, una G mayúscula. ¿Gabriel? ¿Gerardo? ¿Joel? - No, idiota- Espetó, - Joel es con jota.- Y continuó buscando un manchón, una falta de ortografía que hiciera que las cartas se hubieran quedado guardadas, o algún dato del fulano que sin saberlo le había ultrajado.
Desprovisto de cualquier pista y con el tiempo pisando sus talones se disponía a guardar la correspondencia que sin asomo de culpa guardaba ella a plena vista, encima de las chucherías que había olvidado ahí. El orden de las cartas, la liga y... Sintió una mirada pesada detrás de él. -No es real.- Dijo ella con un dejo de frialdad y despreocupación. Como si esperara ya que él las viera, quizá incluso extrañada de que se hubiera tardado tanto, que el ensayo de su única línea fuera a ser en vano. -Pero no significa que no lo desees.- Replicó decididamente en forma de queja. El silencio sepulcral de ella insinuaba tanto, que él ya no sabía si eran proyecciones de la culpa hacia sí mismo o en realidad esa pausa era realmente el siguiente monólogo: -Sabías que toda tu amaestrada galantería tenía fecha de caducidad en el momento en el que me tomaste por un objeto y mostraste lo frívolo que eres en realidad. No entiendo de qué te quejas, si acaso yo soy al menos discreta y decido escribirlo en privado que gritarlo al ver a la primer gata que pasa. Si eres o no infiel es lo que menos me preocupa, me tienes por un objeto inmune a tus vulgaridades. ¿De qué te quejas? Matas el deseo que tenía por ti y esperas que no sienta ganas de sustituirlo al menos con cartas, cínico de mierda.- La respuesta que ella nunca dijo hizo hervir su sangre y sentir impulsos mortales por gritarle todas sus frustraciones, lo que tomó un esfuerzo magnánimo para controlar.
- Quiero cortar contigo. Quiero que ahora que has descubierto mi deseo hacia el ideal que busco, tengas la dignidad suficiente de no dejarme volver a saber de ti.- continuó -Tenía ganas de decirlo desde hace un tiempo, pero me ha faltado valor y por eso me disculpo, aún así, ahora que lo sabes, no quiero que vivas de la misma forma que me he obligado a tolerarte.- La respuesta que sí dijo lo desarmó por lo certera, honesta y real que era. Dejó las cartas sobre la mesita y sin saber qué responder salió, cerrando mustiamente la puerta de su casa detrás de él.
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